Con
la llegada del hombre blanco y barbado, llegó el
terror y la muerte. Hacían grandes masacres en los pueblos donde
llegaban. Los antiguos dioses fueron desterrados, sus templos
destruidos, y sus sacerdotes torturados y asesinados.
Los
hermosos códices que contaban la
historia de estás tierras, fueron
incinerados en hogueras publicas, en ofrenda al dios crucificado.
Una
tarde, un viejo sacerdote de la antigüedad, que sabiamente había mantenido en secreto su oficio. Miraba impotente como su pueblo era
obligado a levantar una iglesia. Un templo al nuevo dios. Su cara
serena ocultaba el llanto de su corazón.
Caminó a su refugio secreto entre los cerros, dispuesto a
hacer que la historia de su pueblo y sus dioses, no fueran olvidados.
Usò el poder de los dioses de está
tierra, y elaboro un encantamiento.
Detrás de la iglesia que se construía, en honor al dios de los recién llegados lanzó unas palabras mágicas al viento, para que en noches sin luna, y en total silencio,
se viera el andar de un burro, pero sin cabeza, que siguiera a los
caminantes nocturnos. Seguido de un viento macabramente frío, cargado
de miedo. Para que cuando estos hechos fueran contados, todos
recordaran que una vez un pueblo fue cruelmente destruido. Con sus
templos, sus códices, sus jícaras abrillantadas con hueso de zapote
amarillo. Y sus hombres que vestían con mantas blancas, muy buenas y
galanas.
Desde
entonces; los que caminan en la noche, por las calles que se
encuentran a espaldas de la iglesia, cuando no hay luna y reina el
silencio. Sienten una extraña compañia, escuchan pasos en el silencio de la noche. Y al voltear ven
a primera vista un burro, pero cuando este se acerca mas, descubren aterrados, que no tiene cabeza. Entonces un viento frió inunda el ambiente. Es el viento macabro del miedo.
Los
asustados corren despavoridos, en dirección a la cruz del jaguey. Por
que solo ahí cerca de la cruz, la visión desaparece, el burro sin
cabeza no puede seguir, y el miedo no cala mas.
El
jaguey ya no existe, el burro sin cabeza sigue caminando. Y la cruz
del jaguey sigue ahí, auxiliando a
los caminantes de la noche.
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